Hiromu Kira. The Thinker |
Extraño a los boticarios y las droguerías, el tecleo de las máquinas de escribir, los paseos sin compras de los sábados, la honesta voluntad de los campanarios, los libreros furiosamente lectores a los que no quisiéramos distraer, los aromas específicos –por ejemplo el del primer sexo, el segundo anterior al primer beso, el regreso del padre desde el trabajo-, las cartas largas con posdata, los cambalaches, los abuelos vivos o sus relatos o sus ensueños, las pelotas de trapo y las de cuero, los perros sueltos, la búsqueda desenfrenada del amigo, los vendedores ambulantes, los lustra-botas, los trueques sin medida, los sonidos que se incorporan junto a nosotros los domingos por la mañana, la claridad del cielo, las ignorancias de todo tipo, el enigma de la desnudez, el almidón sobre la ropa, el arreglárselas como se pueda, el olor del libro abierto, el silencio horizontal de las tardes, las sillas en las puertas de las casas, la vecindad como exploración de nuevos mundos, el viaje como travesía, los carnavales desorganizados, la política como pasión amorosa, la experimentación del clima cuando la lluvia o el ardor ya eran irreparables, los condimentos del arroz con leche, la aventura de la huída, el horror a la tormenta, mi mano en la mano de mi madre, las visitas sin motivo ni conclusión, los anuncios que no intentan dominar el mundo, el mundo ancho y ajeno, los mapas en relieve, los cristales con sonido puro, la música o los libros que se descubrían sólo por las amistades, los cementerios ocultos, los senderos que nadie transita, los destinos imprevistos, el olor a carbón y a leña, la pérdida siniestra de un cuaderno, la infancia no interrumpida, la siesta de la casa y de las personas, los frascos de la droguería que no son antigüedades, ciertos viejos modales, el sueño en blanco y negro, el escuchar a los ancianos, la sábana dura, el color sepia, el primer sol sin protecciones, el barro de las calles, las angustias inconfesas, los dolores personales, la humedad severa, el ruido sanguíneo de las cañerías y los calefactores, la llamarada más roja que azul, los relojes grandes que roban unos segundos a los minutos, la muerte sin espectáculo, el secreto conservado, la exactitud de los peligros, el roce de los pies sobre la arena, el ruido del brazo de la púa apoyándose sobre el vinilo, los acordes inéditos, la invención de las mentiras, el paso de los niños de la escuela deteniendo el tráfico, las voces singulares ahora todas confundidas, la confesión del temor, el poder cavar agujeros, la televisión con cuatro canales, la radio como la voz de las paredes, el juego interminable y sin instrucciones, el tesoro de los altillos, la languidez sin propósito, la lectura con la luz debajo de la frazada, el ajedrez que sólo enseñan los tíos, el trompo errático, las medicinas amargas, el olor a colonia, el regresar de madrugada, las aventuras escuchadas en las peluquerías, las muñecas y muñecos de porcelana, el reflejo de los pasos contra los ladrillos mudos, las historias imposibles, buscarnos cuando hacía falta, llamarnos con los labios, pedir permiso para tocarnos, el patio desmedido de la escuela.
Extraño el tiempo que era otro, porque aún era de cada uno.
Carlos Skliar
Publicado en su facebook 16.08.2013