domingo, 1 de mayo de 2011

La página en blanco

En realidad tengo tres mil años y he cenado con Sócrates. 
  Según Lawrence Durrell, estas palabras fueron dichas por la baronesa Blixen, Isak Dinesen, poco antes de morir. Murió tranquilamente, después de oír a Brahms toda la tarde, y fue enterrada al pie de un haya que había elegido, junto a la costa de Rungsted.


En uno de sus maravillosos relatos, Dinesen cuenta que en una colina de Portugal, hace ya muchos años, había un convento de la orden de las Carmelitas, en el que las monjas eran todas mujeres nobles y de la realeza que se dedicaban al cultivo del lino y a fabricar la tela más fina del país. Entre sus privilegios estaba el de suministrar las sábanas de matrimonio para las jóvenes princesas de la Casa Real.
Como es costumbre en ese país entre las viejas y nobles familias, a la mañana de los esponsales de una hija de la casa, y antes de que se entreguen los regalos de boda, el chamberlan cuelga de un balcón del palacio la sábana de la noche de bodas y proclama solemnemente Virginem eam tenemus. Declaro que  es virgen. Esa sábana no se lava, ni se utiliza nunca más. Nadie como la Casa Real cumple tan extrictamente la costumbre.
Como señal de gratitud por la calidad de su lino, el convento goza de otro privilegio que consiste en recibir un fragmento central de la sábana que lleva el testimonio del honor de la desposada real.  Y en una pared del convento cuelga una larga hilera de pesados marcos dorados, rematados por un cartel donde aparece el nombre de la princesa. Cada marco encierra el retal cuadrado de la sábana de bodas, todos ellos dibujados con manchas borrosas donde cada visitante puede ver figuras del Zodíaco, o una rosa, o una espada o aquello que su imaginación permita.
Pero en medio de la larga hilera, hay una tela que no es igual que las demás. Su marco es hermoso y lleva la placa dorada de la corona real, pero en el cartel no hay ningún nombre escrito. Y la sábana es de lino blanco como la nieve de una esquina a la otra: "La página en blanco", dice la escritora.
Y es frente a ese pedazo de puro lino blanco donde las monjas jóvenes y viejas, y la propia madre abadesa, quedan sumidas en la más profunda de las reflexiones.

Fernando Vicente

Este cuento sea quizá uno de los textos más inteligentes sobre el arte de contar cuentos. Se titula La página en blanco.
Donde el cuentista es leal, eterna e inquietantemente leal a la histoira, allí, al final, hablará el silencio. Donde la historia ha sido traicionada, el silencio es tan solo vacío. Pero nosotros, los fieles, cuando hayamos dicho nuestra última palabra, oiremos la voz del silencio... ¿quién, entonces, cuenta mejores cuentos que nosotros? El silencio. ¿Y dónde lee uno cuentos más profundos que en la página más perfectamente impresa del más precioso libro? En la página en blanco. Cuando una regia y valerosa pluma, en un momento de mayor inspiración, haya puesto por escrito su cuento con la tinta más rara de todas, ¿dónde entonces, puede uno leer un cuento aun más profundo, más dulce, más alegre y más cruel que ese? En la página en blanco.

También suyas son estas palabras: "En el arte no hay misterio. Haz las cosas que puedas ver, ellas te mostrarán las que no puedes ver".
 "La página en blanco" se encuentra en su libro Ultimos cuentos, publicado el año en que no le concedieron el Premio Nobel de literatura.

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