domingo, 22 de mayo de 2011

Porque no queremos morir

Al final del 2009 Lumen publicó un sugerente libro de Umberto Eco, titulado El vértigo de las listas, en el que el autor propone una reflexión sobre esa afición de la humanidad a catalogar el mundo. Quién sabe si para salvarlo del olvido. En una entrevista, Eco explica la razón de este intento, a veces obsesión, de la cultura por enumerar, por clasificar, por hacer listas que contengan el universo.

A mí me gustan las listas. Me gusta hacer listas. Hago listas para entender el mundo, para entender mi mundo: lo que veo, lo que quiero ver antes de morir,  lo que he de vengar, los secretos, lo que nunca he de olvidar, lo que tendría que olvidar aunque el hecho de que esté en una lista hará difícil que olvide... Con algunas trato de comprometer al destino, una advertencia a la muerte: tengo aún tantas cosas pendientes de hacer.

Con las palabras de Eco quiero inaugurar una nueva sección que llamaré listas. En ella irán apareciendo esos intentos de clasificación hechos por cortesanas, por navegantes,  por astrónomos o por poetas. Todos ellos en ese afán de contar y, así, comprender, o comprender que el mundo es incontable.


Dice Eco:
La lista es el origen de la cultura. Es parte de la historia del arte y la literatura. ¿Qué es lo que quiere la cultura? Quiere hacer que la infinidad sea comprensible. También quiere crear orden —no siempre, pero con frecuencia. ¿Y cómo uno, como ser humano, se enfrenta a la infinidad? ¿Cómo intenta uno comprender lo incomprensible? A través de listas, catálogos, a través de colecciones en museos y mediante enciclopedias y diccionarios. Existe un encanto por ennumerar con cuántas mujeres se acostó Don Giovanni: fueron 2.063, de acuerdo al libretista de Mozart, Lorenzo da Ponte. También tenemos listas completamente prácticas —la lista del supermercado, el testamento, el menú— que también son logros culturales en sí mismos. [...]
La lista no destruye la cultura; la crea. Donde quiera que usted mire en la historia cultural, encontrará listas. De hecho, existe una selección vertiginosa: listas de santos, ejércitos y plantas medicinales, o de tesoros y títulos de libros. Piense en la naturaleza de las colecciones del siglo XVI. Mis novelas, por cierto, están llenas de listas. [...]
En Ulises, James Joyce describe cómo su protagonista, Leopold Bloom, abre sus cajones y encuentra todas las cosas que hay en ellos. Yo veo esto como una lista literaria, y dice mucho acerca de Bloom. O tomemos a Homero, por ejemplo. En la Ilíada, intenta transmitir una impresión del tamaño del ejército griego. Primero utiliza símiles: “Como cuando un gran incendio en el bosque arde furiosamente en la cima de una montaña y su luz se puede ver desde lejos, aún así, mientras marchan, el reflejo de su armadura destella hacia el firmamento.” Pero no está satisfecho. No puede encontrar la metáfora adecuada, y le ruega a la musa que lo ayude. Entonces se le ocurre la idea de nombrar muchos, muchos generales y sus naves. [...]
En un primer momento, pensamos que una lista es primitiva y típica de las culturas tempranas, las cuales no tenían un concepto exacto del universo y por lo tanto estaban limitadas a listar las características que podían nombrar. Pero, en la historia de la cultura, la lista ha prevalecido una y otra vez. No es bajo ningún concepto una expresión de las culturas primitivas. Una imagen muy clara del universo existió en la Edad Media, y había  listas. Una nueva visión global basada en la astronomía predominó durante el Renacimiento y el Barroco. Y había listas. Y la lista ciertamente prevalece en la era posmoderna. Tiene una magia irresistible. [...]
El trabajo de Homero golpea una y otra vez el topos de lo inexpresable. La gente siempre hará eso. Siempre hemos estado fascinados por el espacio infinito, por las estrellas sin fin y por las galaxias sobre galaxias. ¿Cómo se siente una persona cuando mira al cielo? Piensa que no le alcanzan los idiomas para describir lo que ve. No obstante, la gente jamás ha dejado de describir el cielo, simplemente listando lo que ven. Los enamorados están en la misma posición. Experimentan una deficiencia en el lenguaje, una escasez de palabras para expresar sus sentimientos. ¿Pero los enamorados alguna vez dejaron de intentarlo? Crean listas: tus ojos son tan hermosos, y también tu boca, y tu cuello… Podríamos entrar en grandes detalles. [...]
Tenemos un límite, un límite muy desalentador y humillante: la muerte. Por eso es que nos gustan todas las cosas que presumimos no tienen límite y, por lo tanto, ningún final. Es una forma de escapar de los pensamientos sobre la muerte. Nos gustan las listas porque no queremos morir. (Susanne Bayer y Lothar Gorris. Trad. U. A)

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