Érase una vez un saltamontes solitario que rascaba sus patitas y brincaba de un lado a otro de la blanca habitación. Una habitación toda blanca, sí, menos por una cascada de cabellos rojos, menos por unos párpados que se abren y descubren una mirada de enredaderas. Entonces, el saltamontes y aquella mirada intiman como nunca hubieran imaginado. “¿La beso?” duda el saltamontes. “¿Me habré vuelto loca?” se pregunta la mujer.
Carola Aikin
Por favor, sea breve (Edic. Clara Obligado)
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