domingo, 21 de agosto de 2011

La tribu que nos enseña


 Me gustan los extrarradios, los bordes de las ciudades, lo que no es calle ni carretera, justo esa franja de tierra que hay entre la autopista y el río, lo que no es de nadie, esos espacios donde uno nunca se queda.
En la vida también. Me gusta el tiempo sin tiempo. Lo que parece poco importante y sin embargo nos conmueve, lo que no aparece en los mapas, ni en los planes de estudios, ni en las enciclopedias.
Me gustan los espacios sin definir que quedan en medio de las personas, esos territorios que no son amistad, ni amor, ni hermandad, ni parentesco. Es solo querer estar, querer estar, y estar. Me gusta lo que la gente nos da sin estar dando.
También los días de vacaciones tienen algo de extrarradio, sobre todo si suponen un viaje a los espacios de la memoria, esos en los que la gente sigue viva y lleva aquella misma ropa y te sigue hablando como lo hacía.   
Cuando pienso en la gente que ya no está a mi lado, siempre pienso en lo que me enseñaron. Es un modo de no sentirme tan sola. Tanto de nosotros es lo que los otros nos han dado...
Hay un proverbio africano que dice: "Para criar a un niño hace falta una tribu". Pienso en la tribu que me ayudó a crecer.  Lo que cada miembro de la tribu hizo para criarme. ¿Pero qué cosas de esas que los otros me han enseñado han sido las más útiles en los momentos malos, cuáles me han salvado la vida de verdad?
 Jorge Valdano, el futbolista poeta, dice que Menotti, otro futbolista y entrenador, lo autorizó a soñar.
¿No os parece el máximo alcance de todo magisterio?
Juan Villoro, que fue alumno de Augusto Monterroso, cuenta que Monterroso en realidad lo que le enseñó fue un sistema de creencias: el olor del sándalo, la delicada osatura de una mano, la lluvia como una expansión pánica de los amantes, la luz de la luna reflejada en un charco de agua...
Yo pienso mucho en esto. Y entonces miro hacia mi propia experiencia de alumna. Pienso en los maestros que he tenido, mi tribu. Y me acuerdo de Valdano porque siempre llego  a la conclusión de que, más allá de la transmisión de los conocimientos prácticos sobre cualquier materia, los maestros que de verdad me han marcado son aquellos que me "autorizaron a soñar".
Tuve un maestro, al que seguramente le debo la vida que tengo, que en una época muy gris, en un barrio muy gris, nos ponía a Beethoven en las clases de matemáticas. Y tuve de profesor de costura (asignatura de chicas en mi bachiller) a un cura que había dejado de ejercer de cura porque se  enamoró de la profe de música. Y era ateo y nos enseñó a vivir con la angustia de una vida sin dioses. Y cuando yo tenía 12 años, un profesor de gramática me enseñó a buscar galaxias. Alguien me enseñó a besar y otro alguien a creerme que no tengo miedo como receta contra el miedo. Y otro a hacer croquetas. Y otro a decir NO. Y hasta a decir SÍ me enseñó alguien.
Y seguramente todos esos que me enseñaron tanto ni siquiera supieron que lo hacían.

Clara Docampo
Vuelta a casa después de un paseo por los paisajes de la infancia, mi extrarradio de agosto.

3 comentarios:

  1. Gracias. He abierto esta etiqueta de "extrarradios" porque a veces me quedo con ganas de decir algo.

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  2. Bonita foto para completar un texto que es más que un texto.

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