Laura Makabrescu |
No hay nada más triste
que marcharse de casa
una mañana de otoño
cuando nada presagia un pronto regreso.
El castaño que plantó mi padre
junto a la casa creció con nosotros;
mi madre es tan pequeña
que se la podría llevar entre algodones.
En los estantes hay frascos
en los que las confituras
como diosas de dulces labios
guardan el sabor
de la eterna juventud.
El ejército dentro del cajón
será de plomo hasta el día del juicio final.
Dios todopoderoso, que mezcló
lo amargo y lo dulce,
cuelga en la pared
impotente
y mal pintado.
La infancia es un rostro borroso
en una moneda de oro
que suena limpiamente si cae.
Tadeusz Różewic
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