Y el viejo caballo agachó la cabeza y azotó los adoquines con sus cascos.
"Bien", dijo el picapedrero una vez más, "y, ahora, pórtate bien". Regresó sobre sus propios largos pasos, en dirección a la tienda, al taller.
El chico perdido se quedó en la plaza, cerca del porche de la tienda de su padre.
"Este es el Tiempo", pensó Grover, "este es Grover, este es el tiempo..."
Un camión giró para entrar en la plaza. En el anuncio que había en la parte postrior del camión se leía "Saint Louis" y "Excursión" y "Exposición Universal".
Y la luz se fue y vino de nuevo a la plaza, y Grover se quedó allí pensando tranquilamente: "Aquí está la plaza y aquí está Grover, aquí está la tienda de mi padre y aquí estoy yo".
Leed este libro. Un poema sobre el tiempo y el recuerdo. Y si no conocéis a este autor, Thomas Wolfe, será la oportunidad de hacerlo. Nace con el siglo XX y muere muy pronto. Pero le da tiempo a escribir obras inmensas como El ángel que nos mira y esta que acaba de publicar Periférica, con traducción de Juan Sebastián Cárdenas, El niño perdido. Todos estos escritores norteamericanos que tanto admiramos hoy bebieron de esta fuente.
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