domingo, 29 de mayo de 2011

En la memoria del mundo

Según las más recientes teorías, la Tierra en su origen habría sido un pequeñísimo cuerpo frío que luego habría aumentado englobando meteoritos y polvo meteórico.

Al principio creíamos que podíamos tenerla limpia -contó el viejo Qfwfq-, precisamente porque era pequeña y se podía barrer y desempolvar todos los días. Ciertamente, se nos caía encima una cantidad de cosas: se diría que en sus vueltas la Tierra no tuviera otra misión que recoger todo el polvo y la basura del espacio. Ahora es distinto, hay atmósfera; ahora miráis al cielo y decís: oh, qué terso es, oh, qué puro es; pero tenéis que ver lo que volaba sobre nuestras cabezas cuando el planeta, siguiendo su órbita, se metía en una de esas nubes meteóricas y no podía salir de ella. Era un polvo blanco como naftalina, que se depositaba en menudos granitos y a veces en esquirlas más grandes, cristalinas, como si del cielo hubiera caído en pedazos una lámpara de cristal, y en medio también se encontraban guijarros más gruesos, trozos esparcidos de otros sistemas planetarios, corazones de pera, grifos, capiteles jónicos, viejos números del Herald Tribune y el Paese Sera: se sabe que los universos se hacen y se deshacen pero lo que da vueltas siempre es el mismo material.

 
[...] Así la Tierra adquiría poco a poco las formas que conocéis. La lluvia de fragmentos meteóricos todavía continúa, añade nuevos detalles al cuadro, lo enmarca en una ventana, una cortina, un retículo de hilos de teléfono, llena los espacios vacíos de piezas que encajan al azar, semáforos, obeliscos, bares, estancos, ábsides, aluviones, la clínica de un dentista, una portada de la Domenica del Corriere con un cazador que muerde a un león, y siempre añade un exceso en la ejecución de los detalles supérfluos, por ejemplo en la pigmentación de las alas de las mariposas, y algún elemento incongruente, como una guerra en Cachemira, y siempre tengo la impresión de que todavía falta algo que está a punto de llegar, quizá solo saturnios de Nevio para llenar el intervalo entre dos fragmentos de poemas, o la fórmula que regula las transformaciones del ácido desoxirribonucleico en los cromosomas, y entonces el cuadro estará completo. (Italo Calvino. "Los meteoritos". Todas las Cosmicómicas)


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