Antes o después tendría que decírselo. Y con su marido no podía contar. Ella era ya incapaz de entenderle. Anda que ser cuatro y no entenderse.
Por fin se decidió.
Una tarde, cuando Caín regresaba a casa después de recoger el ganado, se encontró con un suculento plato de lentejas.
-¿Qué celebramos, mamá?
-Nada, hijo, come.
-Están buenísimas. Oye, ¿pero a ti quién te ha enseñado a cocinar?
-Pues no lo sé. Supongo que es cosa de la manzana. Lo que es parir lo hago con dolor, pero hay que reconocer que, en lo de la sabiduría, la culebra tenía toda la razón, aunque no comprenda del todo lo que sé. Por cierto, Caín, tengo que decirte algo.
-Dale.
-Verás, es que parece ser que tienes que matar a tu hermano.
-¿Yo? ¿Pero por qué?
-Pues por no sé qué orden del mundo...
-¡Joder, mamá!
Gloria - Termodinámica
qué difícil...
ResponderEliminar