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Por lo visto Ramón Gaya decía que los cuadros eran solo las virutas de la pintura, que lo prodigioso de verdad es lo que pasa antes y mientras se hace cuadro. Lo que el observador no ve.
Al que mira el cuadro, luego, le llegan solo esas migajas que quedan en el mantel. Pero nada de la estupefacción y el asombro que el artista vive en absoluta soledad, incluso a su pesar.
Me lo contó el pintor Chumilla la otra tarde.
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