domingo, 24 de mayo de 2015

Después...

Daria Endresen

    Después, cuando ya dormimos
    el coma del paraíso y despertamos,
    nos quedamos un rato largo
    mirándonos.
    No sé qué ve él, pero yo veo
    unos ojos de ternura insuperable
    y calma, una calma como la dignidad
    de la materia. Amo el mar abierto
    azul-verde-gris de su iris, amo
    su curva contra lo blanco,
    la curva que al mirarla me hace
    acabar, cuando está casi quiero, muy hondo
    dentro de mí. Nunca vi una curva
    como esa, salvo la de la tierra desde el espacio
    exterior. Yo no sé de dónde
    sacó esa amabilidad sin soberbia,
    casi sin ego, y eligió a pesar de eso
    a una mujer entre todas.
    Conociéndolo conozco
    la pureza del animal
    que se aparea de por vida. A veces sonríe
    apenas, pero más que nada me mira mirarlo
    con el rostro entero iluminado. Amo
    ver cómo cambia cuando lloro -no hay inquietud,
    ni pena, ni un reflejo más serio. Si estamos
    de espaldas, acostados uno al lado del otro,
    cara a cara, puedo oír una lágrima de mi párpado inferior
    golpear contra la sábana, como si fuese
    uno de los primeros días sobre la tierra
    y después las del párpado superior
    se enlazan y bajan por las pestañas
    como la aparición del cultivo y la irrigación
    de un pueblo que ya no es nómade.
    Tengo tanta suerte de poder conocerlo.
    La única forma de conocerlo es esta.
    Yo soy la única que lo conoce.
    Cuando vuelvo a despertar, todavía me mira,
    como si fuera eterno. Dormitamos así
    una hora, y poco a poco sé que
    aunque estamos saciados, aunque casi no
    nos tocamos, este es el éxtasis al que el otro
    éxtasis nos llevó -entramos,
    más y más profundo, mirada a mirada,
    en este lugar más allá de los demás lugares,
    más allá del cuerpo mismo, hacemos
    el amor.

                                                                                                                  Sharon Olds


(Versión en castellano de Sandra Toro)

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