Adán iba tras ella con cierta sensación de inquietud o carcoma, con sabor a tropelía o avispero. Eva canturreaba tranquila por las colinas o piel del mundo. De pronto se detuvo, puso sus rodillas sobre el musgo o humedad y le pidió que se acercara. Él obedeció sin entusiasmo.
-Adán, a esto podríamos llamarlo hierba porque es verde y alargado.
-O lagartija -replicó él.
-Y a esto mosca. Es algo tan negro y cargante...
-¿Mosca? Eva, ¡ya había puesto yo nombre a todas las cosas del mundo!
-Definitivamente, mosca. ¿No ves qué ojos?
Y así toda la tarde. El sol ya empezaba a escamotearse detrás de los montes o confín. Entonces se lo confesó:
-Eva, estoy cansado o huérfano.
-Pues, hijo, yo soy completamente feliz.
Adán la observó algo perplejo. ¿Feliz? ¿Cómo que feliz? ¿No era Eva carne de su carne? ¿Acaso no había cedido hasta una de sus costillas o parte de su mismidad para conseguir una ayuda que se le asemejara?
Apartó la vista de aquel rostro embelesado y se quedó pensando si aquello que bullía en su corazón sería arrobamiento o encono.
Gloria - Termodinámica
Publicado en Por favor sea breve, Páginas de espuma, 2001. Edición de Clara Obligado
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